Probablemente, eres consciente de que el idioma español se caracteriza por su amplitud y por su riqueza léxica. Además de contar con un vocabulario inmenso, incluye un buen número de frases hechas que sus hablantes utilizan con bastante frecuencia. Tirar la casa por la ventana es una de ellas. ¿Conoces su significado?
Estas frases hechas tienen una forma fija y un sentido figurado que comparten la mayoría de los hablantes de la misma comunidad lingüística con independencia de sus niveles sociales y culturales.
Tomar el pelo, matar el gusanillo, meter la pata o ponerse las pilas son buenos ejemplos, en español, de estas expresiones. Si profundizas en ellas y ahondas en sus orígenes, te llevarás sorpresas y satisfarás tu curiosidad con explicaciones a menudo llamativas. Es precisamente lo que vamos a hacer con la frase que titula este artículo.
Antes de explicar su origen, es importante que tengas claro su significado. Se trata de una frase hecha de uso coloquial que quiere decir derrochar o gastar dinero de manera descontrolada, sin medida o con inusitada generosidad.
Lo más habitual es aplicarla para referirse a unos gastos desmedidos que se llevan a cabo con un motivo especial. Bautizos, bodas, comuniones, aniversarios, despedidas de soltería o cumpleaños son ocasiones en las que se suele aplicar.
El mensaje que transmite pone el foco en la ostentosidad de los gastos realizados, para los cuales no se han controlado los costes. En general, se asocia a una satisfacción mayúscula de los invitados, quienes pudieron disfrutar de atenciones, servicios y productos de máximo nivel y en gran abundancia.
Pero ¿por qué utilizamos esta expresión tan concreta para aludir a ello? ¿Qué tiene que ver arrojar los elementos de una vivienda por una ventana con gastar tanto dinero? Sigue leyendo, la solución está a punto de manifestarse.
Vamos a empezar con una curiosidad sobre este dicho: ¿sabes cómo se traduce en inglés? Lo habitual es emplear to push the boat out (literalmente, empujar el barco al mar). Como puedes observar, la esencia es parecida, aunque los isleños británicos utilizaron la analogía de las embarcaciones, mientras que los hispanos la de la propia vivienda.
La verdad es que su uso se ha generalizado en muchos países latinoamericanos, especialmente Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela. Pero su génesis procede de España. Así que vamos a entrar en materia. Es el momento de echar la vista atrás y retroceder hasta el siglo XIX, la fecha en la que comenzó a emplearse esta frase hecha en el territorio español.
Esta frase existe gracias a la lotería. ¿A que no te lo habías imaginado? Reinaba en España el monarca Carlos III cuando mandó organizar de forma nacional el juego de la lotería que, por primera vez, contaba con premios sumamente atractivos.
Lógicamente, la posibilidad de conseguir mucho dinero y cambiar de vida se popularizó de forma progresiva y animó a los españoles a participar en este atractivo juego.
¿Te parece si hacemos un ejercicio de regresión a aquella época? Piensa en cómo se vivía entonces: ¿qué aspiraciones tendrían las personas que jugaban a estos sorteos de lotería? Su ánimo principal no era recorrer el mundo, retirarse a lugares paradisíacos, comprar potentes coches o cambiar de residencia de forma radical. En realidad, su propósito inicial no era otro que renovar su vivienda y cambiar su decoración y sus comodidades por completo.
Por supuesto, conseguir estos premios suponía un increíble motivo de alegría y satisfacción. Las celebraciones se magnificaron desde el primer momento: todos los beneficiarios deseaban compartir y expresar su alegría para que el resto conociera su fortuna.
En la actualidad, cuando se celebran sorteos navideños, los afortunados salen en los medios de comunicación brindando y riendo, hacen declaraciones animadas y reciben las felicitaciones (así como una cierta envidia) de todos los demás. Por otra parte, los mayores beneficiarios de los grandes premios prefieren mantener el anonimato para proteger su identidad y su recién estrenada fortuna.
Sin embargo, entonces no era así. Precisamente, y aquí radica el origen de la expresión tirar la casa por la ventana, la fiesta de la celebración solía derivar en un ritual que consistía en arrojar por las ventanas de sus domicilios los muebles y los enseres antiguos, de los que se deshacían antes de incorporar los recién comprados con el premio obtenido.
Por una parte, esta liturgia dejaba el espacio libre para las novedades; por otra, se convertía en una comunicación pública de la fortuna recibida. Dado que ya disponían del dinero suficiente para comprar un mobiliario nuevo e iniciar una vida diferente, mucho más acomodada y lujosa, no tenían el menor recato en lanzar al exterior esos muebles y objetos que, en numerosas ocasiones, los menos afortunados se llevaban a sus casas para arreglarlos y reutilizarlos.
En cierto modo, se trataba también de una fiesta para los demás. Porque, y siguiendo con los refranes y las frases hechas, a río revuelto, ganancia de pescadores. Los vecinos y los presentes podían conseguir para sus casas un mueble, un enser o un objeto aprovechables.
Fue tan generalizada, llamativa y habitual esta costumbre que terminó perpetuándose, tanto en el vocabulario como en la acción en sí misma. De esta forma, el hábito de arrojar muebles y objetos por la ventana derivó en un sinónimo de haber ganado la lotería. Los afortunados empezaron a hacerlo incluso cuando no les hacía falta, como costumbre tras obtener un premio lotero. Y, en estos casos, era un derroche innecesario, una mera y superficial ostentación pública bastante cuestionable.
El tiempo consolidó esa percepción y, por este motivo, se asocia la frase tirar la casa por la ventana con el gasto excesivo, innecesario y descontrolado. La conclusión es que, hoy en día, se trata de una expresión perfectamente aceptada, útil y compartida por los hispanohablantes. Todos la hemos utilizado alguna vez en nuestras conversaciones. El que esté libre de pecado que tire el primer mueble.
¡Persigue tus sueños y encuentra tu suerte!